viernes, 28 de agosto de 2009

Posmodernidad, globalización y Tamiflú





¿Cuántos fundamentalistas del alcohol en gel quedarán después de la pandemia? Pocos. Lamentablemente, muchos seguirán repitiendo como un escolar aplicado las ficticias palabras que dan título a este panfleto. Y otros tantos que no vivieron la peste bubónica ni la fiebre amarilla (que según la leyenda se llevó el toque de candombe característico de San Telmo) seguirán recordando la inútil paranoia vivida a causa de una gripe.

La posmodernidad no existe nena

1-Betty la linda

Cuando abrí las fucsias tapa y contratapa del libro de Beatriz Sarlo (Escenas de la vida posmoderna) tenía apenas 17 años. Creía poco en la universidad, pero lo suficiente como para leer lo que me recomendaran. Reconozco que aún después del prólogo tenía la esperanza de encontrarme con una descripción lo más fidedigna posible del “espíritu de época”. Una comedia humana posmo (que imbécil me siento ahora) que diera cuenta de “todos los enigmas de la nueva era”. Pero no fue así. En vez de ello, ¿saben con qué me encontré? Con una señora que tenía que justificar que no quería pensar más, que se moría por compartir la Revista Viva con Valeria Mazza y Jorge Bucay, pero que necesitaba un fundamento filosófico para su escepticismo. No le alcanzaban la orgía Nitzscheana, Dionisíaca y Carpediemeana trucha que se vivía en los círculos intelectuales pos-mayo francés. Necesitaba más. ¿Y qué fue lo que encontró? ¿Qué creen que descubrió esta señora para resumir la condición posmoderna porteña? Que el mundo transcurre en los shoppings, que todas las mujeres se mueren por una cirugía estética y… no creo que pueda decirlo… y… me da asco cada vez que lo recuerdo y… UNA MUÑECA INFLABLE DE AXL ROSE. En torno a estos 3 elementos (disculpen por el último) gira la Buenos Aires posmoderna de Beatriz Sarlo. No hay trabajo esclavo detrás de cada mercancía que se compra en el Shopping Betty. No hay medios de comunicación que venden el fin de los grandes relatos, y que sugieren a la gente que todo el mundo posible pasa por los MMC. No hay una consecuente necesidad de la gente de parecerse a un famoso para de ese modo adquirir una “existencia real”. No hay industrias culturales imperialistas, que importan ídolos de goma para los países dependientes como la Argentina. Todo eso no existe en Sarlo, porque ella sencillamente no cree en las explicaciones científicas (¿el fin de la sociología?), sino en las encrucijadas y las paradojas. Variaciones en torno a este asunto se encuentran en Lyotard, Váttimo, Deleuze, etcétera. Y ya que les gustan tanto las paradojas a los posmodernos, les voy a regalar una como conclusión del párrafo. Isabel Sarli, monumento a la teta, inspiradora de millones de masturbaciones a través de los siglos de los siglos, asegura que jamás se operó nada. Beatriz Sarlo, pensadora, ensayista, investigadora, profesora, docente, columnista de la Revista Viva, se retocó las bolsas debajo de los párpados. ¿Habrá sido una autobiografía “Escenas de la vida posmoderna”? ¿Será cleptómana (una aburguesada que roba no puede ser considerada chorra) también?

2-Una palabra vacía

La posmodernidad y la globalización son como el unicornio azul, pero mucho más peligrosas. Palabras que designan una fantasía, pero una fantasía que oculta cosas muy jodidas. En primer lugar, asumir que se terminó la modernidad, es asumir que libertad, igualdad y fraternidad ya no son una meta. Además, asumir el fin de los grandes relatos y de la verdad es resignarse a que miles de millones de pobres mueran sin remedio y hereden su “cruel destino”. Estamos hechos mierda, pero si no tenemos un norte al que podamos llegar (y no pelotudeces anarco-imposibles) y por el cual estemos dispuestos a pelear, seremos cómplices de lo que nos pasa. Aunque no coincido con su diagnóstico, prefiero lo que dijo Walter Benjamin: “sólo por nuestro amor a los desesperados conservamos todavía la esperanza”

La globalización tampoco mi amor

1-El muro de Berlín se cayó re tarde chabón


Pensar que el socialismo fue derrotado en Alemania Oriental o con la Perestroika, es prueba de que no se ha leído a Marx sino a sus eternos e insufribles interpretadores. Durante el gobierno de Stalin, la burocratización del partido causada por los errores y abusos del Georgiano llevó a que se revierta el proceso revolucionario. En el año 1956 asume Jruschov y lo primero que hace la URSS es invadir Polonia y Checoslovaquia. Allí se viola un principio fundamental del socialismo que es la autodeterminación de las naciones. El carácter imperialista de los soviéticos queda claro en el discurso de Argel pronunciado por el Che, donde les reclama a los rusos que cambien materias primas de los países dependientes de su órbita por productos manufacturados de la URSS. Por lo tanto, Cuba pasa a ser un país dependiente de la Unión Soviética, hecho que trae consecuencias nefastas para su economía, no le permite desarrollar una fuerte industria nacional y es un tema que genera controversia entre Fidel y el Che. El caso de China es similar. Ante la muerte de Mao en el año 1978, que venía impulsando la Revolución Cultural para que las masas eviten la burocratización del partido, cae el último país socialista que quedaba en pie. La pregunta es: ¿Qué significó la caída del Muro? Una puesta en escena para decretar con necesidad y urgencia la muerte del socialismo. Luego vino el sinceramiento de Gorbachov y los millones de páginas escritos sobre el fin del fantasma rojo. De todos modos, reconocer la pérdida de una batalla importante es condición sine qua non para poder pensar en el futuro del socialismo. Y allí nace la tan mentada “globalización”, según dicen las biblias comunico-lógicas. Lo que no hay que perder de vista, siguiendo a Eduardo Galeano, es que la palabra globalización se usa para evitar hablar de imperialismo. ¿A quién beneficia la “teoría” que reza la inexistencia de las fronteras nacionales? A los que las violan, por supuesto. Habría que preguntarle a los iraquíes, si no existen. Los ignorantes que usan “globalización” como sinónimo de Internet, de tecnología, de comunicaciones veloces, favorecen a los países imperialistas que oprimen a los dependientes y a las colonias protegidos por un lenguaje light y cool. Y todo ese aluvión de hojas, que secan las aguas como en Cortázar, que contaminan como en Botnia, esa montaña de páginas, que pagamos con nuestros impuestos en la universidad, esa plaga de letras que repite obediente la palabra maldita, la fuckin’ globalización, me da mucha vergüenza. Hablan de la importancia de INTERNÉ, cuando sólo el 20% de la población mundial (los números en Latinoamérica son menores) tiene acceso a la red. ¿De qué omnipotencia me hablan, si la mayoría que más sufre no entra a este blog ni a ningún otro? Hablan de la TECNOLOGÍA, cuando la fuente de ganancia no cambió: el trabajo sigue siendo la única fuente de valor agregado, mal que le pese a los detractores de El Capital. Y no vale la pena referirse al restringido acceso que hay a los objetos tecnológicos en las inmensas mayorías. Hablan de la VELOCIDAD DE LAS COMUNICACIONES Y LA INFORMACIÓN, como si fuera determinante para hablar de un nuevo modo de producción. Porque podemos chatear no existen más los 500km que van de Paraná a Buenos Aires. Los mensajes de texto anularon la distancia que había entre Amsterdam y Burzaco. Lástima que mis amigos de la Villa Carlos Gardel no puedan tele-portarse a través de DirecTV, y estar en la cancha del Manchester City para ver a su ídolo Carlitos Tévez. Lo ven por la tele, pero a la vuelta los siguen matando a sus amigos por quedarse con un vuelto de pasta.

2- Otra palabra vacía

Aunque suene tragicómico, no fue un Baumann el primero en hablar de “la teoría de la globalización”. Desde los más altos círculos académicos de Wall Street se empieza a mencionar la posibilidad de un mercado global en 1979 (un año después de la muerte de Mao, o casualidad). Por lo tanto, lo que repiten al unísono miles de comunicadores, y hasta miles de pseudo-socialistas, es una expresión de júbilo del capitalismo porque el mercado había vuelto a unificarse.

No hay peor pandemia que el hambre


Lo más pedorro de todo esto, es que los paladines del lenguaje no se fijan, o no quieren que nadie lo haga, en el origen de las palabras que usan. Nietzsche los mearía a los posmodernos si viera que inventan y sustentan neologismos con fervor religioso. Los deconstructores (nunca mejor empleado el término) quieren atacar la cruda realidad con oníricas fantasías. ¿No será que estos intelectuales están en la perpetua búsqueda de la justificación a su cómplice pasividad? Quieren arrogarse la mayor honestidad intelectual desde los cómodos sillones de las casas con agua potable. Un poco los entiendo. La realidad da mucho asco y debe ser gratificante inventarse una Matrix con pochocho y todo. Sin embargo, cuando no se hable más del Tamiflú sino del genérico, cuando derrotemos a los imperialismos y no haya más países opresores ni oprimidos, cuando se termine el hambre en el mundo, la posmodernidad y la globalización van a abandonar las ciencias sociales y van a ocupar el único estante que siempre les correspondió en la literatura: el de la ficción más alienante.

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